domingo, 19 de octubre de 2008

Vergüenza

(...) Es complicado encontrarlos. La extensión irracional de los invernaderos ha creado una retorcida geografía de 6.000 kilómetros de caminos que no figuran en ningún mapa. No hay indicadores. Ni referencias. No hay a quién preguntar. Los agricultores desconfían. A medida que la inmersión es más profunda, emergen entre los invernaderos grupos de chabolas; viejos cortijos de la colonización y ruinas de casetas de peones en los que se detecta que vive gente por la ropa tendida. En el corazón de plástico, los caminos comienzan a poblarse de subsaharianos pedaleando pacientemente y magrebíes cargados de garrafas que recorren kilómetros en soledad en busca de agua. En las balsas estancadas para el regadío figura pintado con brocha gorda: "Prohibido bañarse". En cruces y glorietas sin nombre, muchos jornaleros esperan que alguien les contrate sentados en el bordillo. Así un día y otro. No hay un policía en el horizonte.

Estamos en el sumidero. En el primer destino de los tripulantes de los cayucos y pateras que llegan a nuestras costas. Aquí comenzarán a pagar con sudor su sueño europeo. Sufrirán bajo los plásticos y vivirán como bestias hasta que logren regularizar su situación y puedan escapar hacia un destino mejor. Puede ser Valencia o Barcelona y, más allá, Francia y Bélgica (...)

Ninguno tiene papeles. Pocos, trabajo.
Viven sin luz ni agua. Comen de la solidaridad del grupo. Son hombres jóvenes a los que han robado el amor y la dignidad. La historia de cada uno es más triste que la del anterior. Y cada chabola, más indigna que la precedente. Muchos han contraído deudas para alcanzar España. Entre 2.000 y 8.000 euros. Están en un callejón sin salida. Algunos son menores de edad. Es el caso de Alí, de 17 años, que llegó a España hace dos. Con una sonrisa infantil, describe su entrada ilegal en España bajo una camión. "Me subí en Tánger. Iba apoyado en las ballestas. Por la carretera veía las cadenas del motor debajo, y si perdía el equilibrio, me destrozaban. Cuando íbamos rápido, el viento me sujetaba; pero cuando frenábamos, pasaba mucho miedo. Me resbalaba. Me sangraban las uñas. Estuve cinco horas. Me bajé en Cádiz. Tenía la cara negra. Me limpié, cogí un taxi y le dije que me trajera a El Ejido. Le di mi último dinero". Alí tenía 15 años. (...)

Texto de Jesús Rodríguez

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