miércoles, 29 de octubre de 2008

Semejanzas

Brasil, marzo 2008 (Foto:Lydia Molina)

"Se vuelve cada vez más importante para el mundo la pregunta no de cómo alimentar a la
humanidad -hay comida suficiente; a menudo sólo se trata de organización y transporte-, sino de qué hacer con la gente. Qué hacer con la presencia en la Tierra de millones y millones de personas. Con su energía sin emplear. Con el potencial que llevan dentro y que nadie parece necesitar. ¿Qué lugar ocupa esa gente en la familia humana? ¿El de miembros de pleno derecho? ¿El de prójimos maltratados? ¿El de intrusos molestos?
El tren aminoraba la marcha: llegábamos a una estación. Vi cómo venía corriendo hacia los vagones un tropel de personas, cómo se abalanzaba sobre ellos como si se tratase de una muchedumbre de suicidas que de un momento a otro se lanzaría bajo las ruedas. Eran mujeres y niños que vendían plátanos, naranjas, maíz asado, dátiles... Se agolpaban bajo las ventanillas de los vagones, pero como acarreaban sus productos en unas bandejas que llevaban sobre la cabeza, no se veían ni los vendedores ni sus rostros, sino montañas de plátanos que, apiñándose, desplazaban a los pequeños montones de dátiles y a las pirámides de sandías, y echaban a los lados a las naranjas, que se caían y desparramaban. Con su imponente silueta, Madame Diuf ocupó enseguida todo el hueco de la ventanilla. Se puso a manosear y escoger entre las montañas de frutas y verduras que se movían por encima del andén. Regateó y discutió. A cada momento se volvía hacia nosotros para enseñarnos ya un racimo de plátanos verdes, ya una papaya madura. Sopesaba el trofeo en su mano blanda y regordeta y decía triunfante: «A Bamako? Cinq fois plus cher! A Dakar? Dix fois plus cher! Voila!» Y colocaba la fruta que acababa de comprar en el suelo y sobre los estantes. Pero los compradores no eran muchos. El mercado de frutas fluía ante nuestros ojos prácticamente intacto. Me pregunté de qué vivía toda aquella gente que nos asediaba. El tren siguiente pasaría por allí al cabo de varios días. En las proximidades no se veía ninguna población. Así que ¿a quién vendían sus productos? ¿Quién se los compraba?..."

Ryszard Kapuscinski- Ébano

Era el libro que me acompañaba mientras viajaba en tren de São Luis a Açailândia. Las escenas traspasaban las fronteras de la literatura y se colaban en el paisaje.



1 comentario:

atemporal dijo...

ahora mismo es el mio y es apasionante!